El realizador brasileño Marcelo Caetano llevaba 15 años rodando las calles, bares y barrios de su ciudad, Sao Paulo, y con Baby, el segundo largometraje de su carrera, ha llevado a la Semana de la Crítica de Cannes una “carta de amor” por esa gran urbe, con un romance queer en sus bajos fondos.
No es “autobiográfica”, pero sí es personal en cuanto a los puntos de vista, su posicionamiento político y en cuanto “a las cosas que cuenta”, explica a EFE el cineasta en una entrevista en la icónica playa de la Croisette.
“Me encanta hablar de libertad y todos personajes que yo he escrito son personajes que están en busca de libertad”, detalla Caetano.
En concreto, en Baby evoca cómo un joven homosexual que acaba de salir de la cárcel, rechazado por su familia y sin ninguna posesión material, se las arregla para sobrevivir, encontrando el amor y la solidaridad de otros como él.
La trama desmonta, dice Caetano, la idea de que uno no es libre si no tiene una estructura material que sostenga su vida y de que no se puede empezar de nuevo.
“Solos no llegamos a ninguna parte -recalca-, lo más importante es construir los vínculos de la solidaridad”.
En especial, cuando se habla de personajes de los sectores más vulnerables de la sociedad, el director ve importante evitar el “pensamiento un poco enfermizo” de que “esas vidas no valen tanto”, y de que “no hay amor, que no hay ayuda, de que no hay solidaridad”.
“Yo pienso que, al contrario, para una cuestión de supervivencia es muy importante que la gente se ayude, que construya familias alternativas. Es una temática muy fuerte en la película porque hablamos mucho de familia tradicional, de familia biológica, pero los personajes de Baby construyen familias”, argumenta.
Esas relaciones a veces son “efímeras” y “provisorias”, agrega, pero “son muy importantes para pasar de un día al otro, para ver lo que comer, dónde dormir”, y “hay mucho amor en eso”.
Otro realizador podría hacer una película melodramática con esto, opina Caetano, pero él elige deliberadamente no presentar a sus personajes como “víctimas”, sino como parte de una “resistencia” que también ama, baila y festeja.
También refleja, sin juzgarlos, que son individuos que a veces tienen que hacer cosas ilegales para sobrevivir.
“La empatía es la palabra más preciosa en este trabajo. Yo creo que vivimos en un momento donde se buscan imágenes y representaciones muy virtuosas, muy ejemplares (…) Yo quería contar una historia de gente que es muy compleja”, cuenta.







