Estación fantasma, dirigida por Jeong Yong-ki y estrenada tres años después de su lanzamiento original en Corea en nuestro país, nos transporta a un territorio familiar dentro del cine de terror, pero con una serie de elementos que conectan a la perfección con el universo del J-Horror y el cine coreano contemporáneo.
Si bien en su núcleo se encuentra el misterio y lo sobrenatural, la atmósfera escalofriante que se construye a lo largo del filme y las dinámicas entre los personajes, recuerdan a obras del terror asiático más influyentes, comoEl Aro (1998) de Hideo Nakata, así como otras producciones que, al igual que esta cinta, exploran lo macabro a través de lo cotidiano.
La trama sigue a Na-young, interpretada por Kim Bo-ra, una periodista que, al cubrir un accidente, se enfrenta a una espiral de sucesos extraños tras descubrir que su fuente de información estaba muerta antes de la entrevista.
A medida que más muertes misteriosas ocurren, ella y su compañero intentan desentrañar un misterio relacionado con lo sobrenatural, mientras se ven atrapados por una fuerza que escapa a su control. Este giro hacia lo inexplicable da pie a una investigación que pone a prueba tanto su escepticismo como su capacidad de enfrentarse a lo incontrolable.
El cine coreano de terror, al igual que su contraparte japonesa, ha sido reconocido por su habilidad para centrarse en lo psicológico y atmosférico. En Estación fantasma, es inevitable que uno se encuentre inmerso en una sensación de miedo que, al igual que en El Aro, se construye a través de la tensión creciente, en la que los personajes intentan racionalizar lo irracional, pero sus esfuerzos son inútiles.
De esta forma, la película se aleja de los recursos del género más explícitos y se adentra en lo que podría denominarse un “terror de lo invisible”, creando una sensación permanente de angustia existencial que permea todo el relato.
Estación fantasmaevoca, de manera explícita, los ecos de aquel terror asiático de finales de los 90 y principios de los 2000 todo eso con su estilo único de construir el miedo, no a través de una amenaza física visible, sino a través de la infiltración paulatina de lo sobrenatural en lo cotidiano. La fortaleza que tiene es que el miedo no es una manifestación inmediata, sino un malestar que se va infiltrando en las vidas de los personajes, dejándolos al borde de la desesperación.
En lugar de mostrar una entidad concreta responsable del terror, la película de Jeong Yong-ki, al igual que las cintas de Nakata, Miike o Shimizu en su momento, recurre al uso de lo intangible para crear esa sensación de peligro inminente que acecha a los personajes.
Este enfoque se traduce en una atmósfera densa, que remite a esos grandes clásicos del terror asiático, donde los personajes, usualmente mujeres, son arrastradas por fuerzas sobrenaturales fuera de su comprensión.







