Origen, identidad y vuelo
Zoé no nació de la casualidad, sino de la urgencia de encontrar un sonido que viajara entre lo etéreo y lo visceral. Formada a finales de 1995 en Cuernavaca, Morelos, y consolidada hacia 1997, la alineación que hoy conocemos conformada por León Larregui (voz), Sergio Acosta (guitarra), Jesús “Chucho” Báez (teclados), Ángel Mosqueda (bajo) y Rodrigo Guardiola (batería), empezó como banda de garaje, demos, aventura y sueños que no eran precisamente modestos.
Desde los primeros días, Zoé buscó ser más que un proyecto de rock alternativo: quería crear atmósferas. Sus influencias basadas en The Beatles, Depeche Mode, Pink Floyd, Soda Stereo, Radiohead, Stone Roses, The Charlatans, por mencionar algunos, no fueron disfraces, sino pantallas donde proyectar luz propia y “caleidoscopizar”.
Su nombre de origen griego, con significado vida, no fue elegido por azar. Su música proyectaba vida como un pulso, como esa pretensión de eternidad que late en cada canción suya. Esa vida que se convirtió en carne, metáfora y abrazo para una generación adolescente que los escuchaba con el corazón abierto en busca de identidad.
La travesía musical: discos, letras y sonidos que desafían el tiempo
El grupo debutó con Zoé (2001), construyendo espacio entre lo local e internacional, con letras que insinuaban más de lo que decían y sonidos que oscilaban entre la noche y el espacio. Una propuesta futurista y jovial “estuvo chido poder besar tu estereo-cuerpo lunar”.
Luego, vino Rocanlover (2003), una muestra de juventud inquieta, de mezcla de español e inglés, de querer tocar puertas que apenas se abrían y donde miles de jóvenes comenzamos a sentirnos verdaderamente identificados con una emoción: el “Love” que León definió, pero que todos dedicamos. Además, este disco incluye joyas como “Soñé”, canción que vistió una de las películas más representativas de aquella generación: Amarte Duele.
Pero fue con Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea (2006) que Zoé dio ese salto cuántico: producción cuidada, un peculiar sonido psicodélico-electrónico mezclado con guitarras, una identidad visual potente, un álbum que resonó en México, Latinoamérica y más allá.
Canciones como “Vinyl”, “Vía Láctea”, “Corazón atómico” y “No me destruyas” se volvieron himnos. Letras llenas de imágenes celestes, introspección, duelo, desamor y mucha, mucha personalidad.







