Pocos líderes se han atrevido a enfrentarse tan abiertamente al presidente Donald Trump como el presidente de Colombia, Gustavo Petro.
Mientras que muchos han actuado con cautela desde que Trump asumió el cargo, Petro ha hecho enfurecer al mandatario bloqueando vuelos de deportación, plantándose en las calles de Manhattan para instar a los soldados estadounidenses a desobedecer órdenes y acusando a Estados Unidos de “asesinato” en los ataques a barcos en el Pacífico oriental.
El martes Petro anunció la suspensión de cualquier intercambio de inteligencia con Estados Unidos mientras continúen los ataques a los barcos.
Trump ha respondido calificando a Petro de “líder narcotraficante ilegal” y su gobierno le ha retirado el visado e incluido en una lista de sanciones por lo general reservada a criminales de alto perfil y violadores de derechos humanos.
Para Petro, otrora un rebelde durante el largo y brutal conflicto interno de Colombia, los actos de desafío no son nada nuevo. Quienes le conocen lo describen como un hombre impulsado por sus convicciones, un crítico de siempre de la corrupción y la desigualdad que se convirtió en el rostro apasionado de la izquierda colombiana.
Ese mismo ímpetu, dicen, alimenta ahora su voluntad de enfrentarse a Washington, incluso cuando su gobierno se ve lastrado en casa por la violencia persistente, los escándalos y una agitación en el gabinete.
Para sus admiradores, el enfrentamiento con Trump es la mayor batalla de una cruzada de décadas contra los poderosos. Para sus detractores, es una exhibición temeraria de ego y muestra a un líder más enfocado en promocionarse como defensor moral del mundo que en gobernar su país con eficacia.
El embajador de Colombia en Washington, Daniel García-Peña, elogió a Petro por impulsar debates necesarios en el escenario mundial.
“Creo que está en el lado correcto de la historia”, dijo en su casa de Bogotá, después de que Petro lo llamara de vuelta al país brevemente durante una reciente disputa diplomática. “En mi opinión, ha sido muy muy valiente al ser capaz de dar la cara y decir lo que cree”.
Sin embargo, el exministro de Educación de Petro, Alejandro Gaviria, quien renunció a principios de 2023 tras oponerse a una medida sobre la atención a la salud propuesta por el gobierno, dijo que, aunque pudiera tener “una preocupación genuina” por la humanidad, el presidente no ha interiorizado “las consecuencias o impactos o efectos sobre Colombia”.

Esa tensión entre ambición y diplomacia ha definido su reciente enfrentamiento con Washington. Estados Unidos le revocó el visado en septiembre después de que, al dar un mensaje en un mitin propalestino en Nueva York, pidió a los soldados estadounidenses que desobedecieran a Trump.
Desde entonces, el gobierno de Trump ha acelerado una campaña para destruir barcos y matar a miembros de las tripulaciones que, según afirma, contrabandeaban drogas. Muchos juristas han calificado la medida de ejecuciones extrajudiciales.
Los ataques comenzaron en el Caribe, pero se extendieron al Pacífico oriental y afectaron a barcos que, según dijo Petro, transportaban colombianos.
Después de que Petro acusara a Estados Unidos de haber asesinado a un pescador colombiano, Trump amenazó con recortar la ayuda e imponer aranceles, señaló a Petro de capo del narcotráfico e impuso algunas de las sanciones más severas del arsenal estadounidense al presidente colombiano, a sus familiares y a su ministro del Interior.
El enfrentamiento le ha valido a Petro elogios de la izquierda mundial, pero ha alarmado a muchos en su país, que depende de Estados Unidos para el comercio y la cooperación antinarcóticos.

Los críticos afirman que su enfoque de política exterior es más ideológico que pragmático.
Petro, dijo Gaviria, cree “que él está expresando unas verdades que nadie expresa”.
Una exministra de Medio Ambiente, Susana Muhamad, dijo que la prudencia nunca ha sido el estilo de Petro.
“Esa ha sido su vida política. Él siempre pone todo en riesgo”, dijo. “En el filo del abismo. Siempre. Para empujar un cambio. Para tensionar las situaciones. Para develar lo que hay”.
Hijo de un auditor del gobierno y de una ama de casa, Petro se unió al M-19, una milicia política de izquierda, a los 17 años, horrorizado, ha dicho, por la pobreza que había cerca de su casa a las afueras de Bogotá.
El M-19 —un grupo más pequeño que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), que operaban desde bastiones rurales y recaudaban dinero a través del tráfico de drogas— atraía a estudiantes urbanos, activistas y artistas que desafiaban lo que consideraban una oligarquía de élite.
El grupo intentó cultivar una imagen tipo Robin Hood robando leche de camiones y distribuyéndola en los barrios pobres.
Aunque menos implacable que otros grupos insurgentes, llevó a cabo uno de los actos más mortíferos de las décadas de conflicto interno de Colombia: el asedio en 1985 del edificio judicial nacional, que dejó 94 muertos en enfrentamientos con la policía y el ejército.

Petro, en aquel momento encarcelado por su afiliación al M-19, no participó y ha dicho que fue torturado en prisión.
Más tarde ayudó a negociar el acuerdo de paz del grupo con el gobierno en 1990, lo que transformó al M-19 en un partido político que ayudó a redactar la Constitución de Colombia de 1991, un documento que hace hincapié en la igualdad y los derechos humanos y se considera uno de los subproductos más exitosos del proceso de paz.
Petro pronto se unió a las filas del Congreso, donde cobró prominencia por sacar a la luz los vínculos entre paramilitares y políticos, revelaciones que dieron lugar a decenas de imputados, pero que le granjearon poderosos enemigos en un país polarizado por una compleja guerra entre las guerrillas de izquierda, los paramilitares de derecha y el Estado.
Llegó a ser admirado por los progresistas y un blanco de la desconfianza de los conservadores, que nunca han abandonado su creencia de que Petro es, en el fondo, un irreductible insurgente de izquierda.
En un país donde la jerarquía de clases está literalmente codificada —los barrios se clasifican del uno al seis, del más pobre al más rico—, Petro desafió a la élite hereditaria de Colombia. Adoptó su imagen de persona ajena al ámbito político, que prefiere los pantalones vaqueros y las camisas de cuello abierto y que cita a Foucault, con lo que se presenta a sí mismo como intelectual y hombre del pueblo.
Como alcalde de Bogotá de 2012 a 2015, redujo las tarifas del transporte público y subvencionó el agua para los pobres, lo que consolidó su reputación progresista pero frustró a los críticos, que lo consideraron un idealista con poco interés en las exigencias diarias de dirigir una ciudad caótica y en expansión.

En 2022 ganó la presidencia y se convirtió en el primer dirigente político de izquierda de Colombia, un hito para uno de los países más conservadores de América Latina, lo que captó la atención mundial.
Prometió transformaciones sociales y económicas radicales, pero sus críticos afirman que se ha quedado corto. Aunque ha impulsado la redistribución de la tierra e iniciativas medioambientales, la promesa de Petro de llevar una paz duradera a un país marcado por décadas de derramamiento de sangre se ha tambaleado, y su popularidad ha caído.
Los críticos conservadores denuncian su pasado guerrillero y suacercamiento al gobierno autocrático de Venezuela, y lo critican por dar a los excombatientes un papel formal en el proceso de paz.

La desilusión se ha extendido incluso en la izquierda.
“Ha sido un gobierno nefasto”, dijo María Jimena Duzán, destacada periodista colombiana que apoyó su candidatura. “Sus políticas, que muchas de ellas son muy buenas y son realmente innovadoras, nunca llegaron a implementarse”.
Conocido por sus audaces iniciativas y su vena autoritaria, Petro a menudo ha chocado con sus asesores, entre ellos García-Peña, quien dimitió como director de relaciones internacionales por el despido de otra funcionaria, y calificó a Petro de “déspota”. Posteriormente, Petro lo nombró embajador en Estados Unidos.
Los largos y a menudo enredados discursos de Petro —a veces impregnados de teorías conspirativas— ahondan la percepción de una presidencia a la deriva.
Ha advertido de la existencia de una red criminal con sede en Dubái que supuestamente lo persigue, afirmaciones que, según la policía, carecen de evidencia concluyente.
En un caótica publicación dirigida a Trump en enero, mencionó “los barrios negros de Washington”, al cantante Paul Simon, a los faraones egipcios y sus experiencias con la gastritis.
Duzán se ha preguntado si el abuso de sustancias podría estar detrás de sus prolongadas ausencias y de sus inconexas publicaciones en las redes sociales. Un exministro también lo ha acusado públicamente de consumir drogas. Petro lo descartó respondiendo que la única “adicción que tengo es al café”.
Sus simpatizantes afirman que los esfuerzos por presentarlo como errático o incompetente forman parte de una reacción coordinada de las élites políticas y mediáticas, a quienes les molesta su poder.

Pero aunque Petro lleva mucho tiempo en el punto de mira de las élites, él va un paso más allá y “siente que todo el mundo lo persigue siempre”, dijo Federico Gómez Lara, director de una revista política colombiana, Cambio.
El enfrentamiento de Petro con Trump ha dividido a los colombianos sobre si conviene enfrentar o apaciguar a Washington. García-Peña argumentó que el apaciguamiento ha fracasado para otras naciones y dijo que el desafío de Petro le ha granjeado admiración en su país y en el extranjero.
Sin embargo, Gaviria dijo que se está extendiendo el malestar en la clase dirigente de Bogotá. “Hay la idea de que hay un ambiente que es cada vez más inestable”, dijo. “Que Petro no tiene ya límites”.
Los funcionarios están deseosos de restarle importancia a la disputa con Trump calificándola de malentendido.
El ministro de Defensa, Pedro Sánchez, dijo que Petro “tiene una obsesión y es combatir el narcotráfico” y el ministro del Interior, Armando Benedetti, dijo que “la gran falla de nosotros es que no hemos sabido llevarle el mensaje a Trump”.

Pero Gómez Lara cree que el presidente se regodea con el conflicto.
“Gustavo Petro siempre ha sido un hombre que ha vivido en la lógica de la confrontación”, dijo. “Él necesita un enemigo todo el tiempo para poder vivir. Eran los paramilitares, luego fue la clase política, luego fue Netanyahu”, añadió, refiriéndose al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
“Ahora es Donald Trump”, dijo.






